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2 de diciembre de 2013

El Exánime

Interesante, al parecer debes de ser un aventurero formidable si hasta estas páginas has llegado. Me aseguré de dejar escondido esto donde solo los más fuertes, valientes y quizá locos pudieran encontrarlo.

No necesitas saber quién soy, simplemente saber que lo que aquí contaré es tan real y tan tangible como el mar, como el fuego, como la tierra o el viento, tan cierto como que el sol baña con su luz la tierra y permite la vida o como que la muerte es impredecible, astuta e indetenible. Y así fue como me encontró a mí, de manera sorpresiva e inmutable tomó mi cuerpo mortal y me lanzó hacia el abismo, por el cual caí varios metros, mientras sentía el aire golpearme y rasgarme la piel, después de ese lanzamiento caí sobre rocas, algunas afiladas, otras curveadas por la erosión, pero todas igual de duras y lastimosas contra mi frágil humanidad.

Pero que cruenta puede ser esa espeluznante amiga llamada muerte, pues no fallecí con la caída y los golpes, por desgracia para mi no me había golpeado en ningún punto vital. Fue así como, con costillas rotas, dedos dislocados y cortadas sangrantes me arrastré e implore piedad a todos los elementos y seres sobrenaturales en los que pude pensar, pero ninguno me respondió. Supuse que ese sería un castigo por alguno de los crímenes que quizá cometí en la vida, por ello mi resignación y sufrimiento me llevaron a arrastrarme cuanto pude, a recostarme a la sombra de aquel risco que me vio caer y con las ultimas fuerzas que restaban en mi cuerpo y mente imploré piedad al único ser al que nunca lo había hecho…La misma Muerte.

Cuál sería el afán de esta de divertirse conmigo que respondió a mi llamado, apareciendo ante mis ojos con su manto  velo negro, cubriendo desde lo más bajo que pude observar hasta su cabeza, y sin poder percibir más que frialdad e indiferencia me invocó con una voz helada, grave, completamente antinatural a servirle por el resto de la eternidad, como un exánime, un mero sirviente que cumple los trabajos que ella no quiere tomar. No habría de morir, pero tampoco estaría vivo, sería una criatura que burla a la naturaleza, que pena y vaga cumpliendo los caprichos de ese frio ser. Ahora podrás pensar que nadie en su sano juicio aceptaría una cosa así, el eterno abrazo de fallecer suena miles de veces más acogedor que este destino de ser nada más que un muerto andante.

Si hubiera estado en tu lugar habría pensado lo mismo, y por ello me arriesgo a aventurar la idea de que estando tú en mi lugar habrías entendido por que hice lo que hice…Acepté.
No soy capaz de describir los horrores que pasaron a continuación, pues dudo que alguien haya sentido siquiera alguna vez algo semejante. Solo puedo describirlo como hervir, ser cocinado vivo y sentir como la piel de se separa de tus músculos, sentir como pedacito a pedacito es despegada de tu ser en todos lados, después viene un dolor indescriptible, tan grande como sentir mil puñaladas profundas y pesadas por todo el cuerpo, para después comenzar a moverse, uno a uno, esos horribles y dolorosos cuchillos, haciendo que tu carne y entrañas se revuelvan con tu sangre y se despeguen finalmente de tus huesos.

Después de ese sufrimiento que pareció una eternidad, abrí los ojos, me sentía mareado, asqueado y con el cuerpo hirviendo al rojo vivo, pero de alguna manera, sentía que gotas de agua helada corrían de vez en cuando por mi cuerpo, como escurridizos conejos helados por una pradera ardiente. Fue así que mire mis manos, mire mis piernas y el resto de mi cuerpo, profiriendo el grito más grande que jamás he emitido en mí existir. Mi piel en manos, caderas, codos y rodillas había desaparecido completamente, dejando al descubierto mi blanco armazón. En mis brazos y espinillas había desaparecido mi piel y había sido remplazada por algo similar a hojas de árboles gruesas y rugosas, pero blancas como la nieve y firmes como corteza de tronco.

No sentía nada de mi cintura al cuello, pero el pánico y el asco me impidieron revisar bajo mi vestimenta. Alcé mi mirada y la sombra implacable de la Muerte seguía ahí, quieta como una estatua, pero a la vez su aura ya no era de frialdad pura, sino que provocaba un sentimiento de aprensión… Quizá incluso sorpresa. ”No esperaba que soportaras la conversión a mi sirviente, la mayoría se vuelven locos ante el dolor y renuncian a su cordura, volviéndose solo muertos andantes descerebrados que se vuelven mi ejercito personal, sin embargo… Tú eres diferente, veo fuerza en tu mirada y una valentía que raya en la estupidez. Me gusta, ¿Cuál es tu nombre?” Esa voz helada y cortante se volvía menos mecánica con cada palabra, parecía incluso divertida ante la situación. ¿Qué más podía hacer yo sino era aceptar mi destino como un sirviente más de aquel ser? “No lo recuerdo… Discúlpeme, pero como debo llamarla?”
“Interesante… Muy bien, te nombró Mort, mi sirviente… Y puedes llamarme Maestra”

Esa fue la primera vez que me di cuenta de mi decisión…Y de lo difícil que sería seguir ese camino. Lo primero que hizo mi Maestra fue lanzarme a la pelea limpia contra otros exánimes, sin embargo, la mayoría parecían simples marionetas, seres de carne muerta y huesos que se movían por un misticismo más que por voluntad. En cada una de las peleas que tuve contra ellos salí avante, pero no ileso. Sus mordidas eran tan dolorosas como las del más fiero can de caza.

Cada pelea que ganaba, era recompensada por la Maestra con un pedazo de armamento, me dio a elegir cada vez entre grandes armas; imponentes lanzas, pesadas hachas, mazos del tamaño de una cabeza de alce y espadas tan largas como un pez espada. Sin embargo, desde la primera elección tomé lo que consideré más útil, un fragmento de armadura. Al comienzo me hice con los guantes, con cada pelea completaba una nueva parte, los antebrazos, los muslos, después los pies y les siguió el tórax. Finalmente me armé con un casco pesado, ornamentado con huesos humanos y en el tope, a modos de corona, una calavera con unos colmillos enormes, largos y filosos. “Muy bien, me has sorprendido, eres el primer exánime que prefiere conseguirse una defensa que un arma… Eres un caso muy interesante. Pero bueno, ya has completado el entrenamiento y he decidido aceptarte como uno de mis principales sirvientes y soldados. Elige tu arma de este expositor y demuéstrame una vez más cuán grande es tu fuerza, tu valía y ¿por qué no? Tu espíritu”.

Debo decir que comencé a disfrutar esa lucha, se volvió algo lejano a sobrevivir, se hizo mas y mas entretenido con cada encuentro, a mi paso caían ghouls, espectros, banshees, no-muertos y demás engendros por igual. Me divertía, era extremadamente divertido.
Entonces las batallas de entrenamiento terminaron, la Maestra estaba satisfecha, y yo había perdido lo único que en ese momento pudo haber salvado mi alma… Mi humanidad. Me convertí en un monstruo sádico, deseoso de sangre, muerte y poder que poco o nada le importaba pisar a los débiles. Fue en ese momento en que fui enviado a una guerra real. Mi maestra necesitaba más necrófagos, y yo era el indicado para dárselos. Aparecí gracias a Ella en un claro cercano a una ciudad, era una noche fría, con las nubes cubriendo completamente la Luna y las estrellas. Era perfecta.

Me acerque lentamente con mi espada en mano, mientras por mi mente solo cruzaban escenas sádicas de como torturar, desangrar y magullar a los mortales sin matarlos y sentía como si mi cuerpo se estremeciera de gusto. Aun siendo de noche, la lucha seguía, los arboles incendiados y las casas de campaña calcinadas alumbraban lo suficiente el campo de batalla. Guerreros y caballeros peleando con todas sus fuerzas por ideales de paz, libertad, gloria y riqueza, cañoneros y arqueros disparando para desaparecer la pobreza, la incertidumbre y el caos. Ilusos.

Perdí la razón por un largo momento, ahora que trato de recordar a mí no llegan más que imágenes fugaces de sangre salpicando el pasto, cuerpos cayendo en el fuego y calcinándose, carne y huesos volando por doquier y los gritos de piedad que emitían los mortales. Eso será algo que me atormentara el resto de mis días…

Mi Maestra apareció poco después de terminada la batalla y comenzó a recolectar a los moribundos, se paseaba rápidamente de un lado a otro, descarnando cadáveres, convenciendo incautos y asesinando a aquellos que mantenían su honor sobre el terror.
No puedo contar la cantidad de batallas que presencié, las almas a las que condené ni las ciudades que arrasé. Solo sé que con cada victoria, mi sed de sangre y mi poder aumentaban. Pronto, conseguía desatar pestes solo con mis manos, arrancar ojos solo con desearlo y rebanar solo moviendo ligeramente mi espada. Y cada muerte me acercaba más a mi verdadero destino.

Cierto día mi Maestra me encomendó la destrucción de un pequeño pueblo, una villa que se había resistido a enterrar a sus muertos y los cremaban, dejando así a mi Maestra sin alimento que darle a sus siervos. Sin embargo, debí saber que algo estaba mal cuando ella me llevó personalmente a las afueras de la villa. Pero no pude pensar con fluidez, mi deseo de sangre y carne se extendía por mi cuerpo como una fuerza indetenible y arrolladora. Entré a la villa y comencé a esparcir mi peste por todos lados, ratas negras, mosquitos enormes y canes rabiosos salían de cada mandoble de mi espada. Estas aberraciones entraban en cada casa, comercio o coladera y sacaban aterrorizados a los ocupantes. Entonces mi espada se apoderaba de su sangre.

Finalmente arrasé con la villa, pero tenía un vacío en el estómago, cada rostro que veía caer frente a mi espada me provocaba una frialdad mayor que ninguna antes sentida. Me hacían temblar y aborrecer un poco más cada vez mi labor. Sin embargo, decidí acallar esos sentimientos y seguir con mi labor, ah…Pobre necio, un incauto que no hizo caso a sus presentimientos y siguió adelante.

Llegué a la casa más apartada de toda la villa, una modesta choza de madera, paja y pocas rocas que se levantaba enclenquemente sobre el campo. Mientras me acercaba, la sensación de dolor y pena me empezaba a embargar mas y mas, haciéndome parar varias veces a tomar aliento, ¿Por qué no hice caso a mis premoniciones? Fui un idiota que decidió ignorarlas y atacó la casucha. Al instante una mujer y una niña salieron presurosas y se toparon con el frio de mi espada y mandoble atravesando sus estómagos. Ah, pobre de mí, que reaccione en ese momento, que aquellas luces de recuerdos brillaron en mi perdida mente… Aquella era mi villa, aquellos muertos eran mis amigos. Y esa mujer con su niña no eran sino mi familia, era mi hogar…

Al verla expresión de ambas lo supe, sabían quién era yo, las lágrimas, el dolor y la pesadumbre de sus miradas fueron lo que acabo con mi ser, sentí como cada fibra dentro de mi alma se desgarraba mientras no podía evitar que mi espada entrara en ellas. Las sujeté antes de que tocaran completamente el suelo y caí de rodillas, de sus ojos gruesas lágrimas rodaban mientras sus miradas se perdían en el dolor y la angustia de haberme visto así.

Que agonía fue la mía y a la vez mi fortuna, me hicieron recordar quien era, un humilde campesino un modesto mozo que trabajaba por su familia y que había sido empujado a la muerte por unos ladrones. No pude soportar la tristeza y el terror de verlas convertidas en necrófagas o en banshees sin vida… Corté sus gargantas y quemé sus cuerpos. Tiré la armadura y la espada sobre el fuego y pude observar como la calavera se ennegrecía por las llamas poco a poco, hasta que las cuencas brillaron con un blanco espectral antes de quebrase completamente la calavera. Ella ya sabía esto, pero su ira era lo que ahora se avecinaba, su ira ante mi traición.

Corrí hacia la choza, tome pluma, tinta y papel y salí lo más pronto que pude de ahí. Corrí días y noches completas mientras sentía en mi espalda el calor de la ira de la Muerte. Finalmente me detuve aquí, donde fui por última vez humano, en este risco que me vio caer y convertirme en este monstruo. Ya no puedo escapar más de ella, pero si puedo dejar esto aquí y esperar que alguien lo encuentre lo logré que más gente lo sepa. Ahora, mientras escucho como su manto negro atraviesa la arboleda para alcanzarme, me colocó en la misma posición en la que deje de ser humano, mientras siento que mi ser comienza a descansar por fin después de tanto tiempo… Yo le tuve miedo a la muerte y por eso me convertí en esta abominación, si has tenido el valor y entereza de llegar hasta aquí y terminar de leer, quiere decir que tu coraje es mayor del que jamás pude desear. Solo me resta dejarte un legado, el conocimiento de que no importa cuánto huyas, cuanto corras ni cuanto te escondas, ella te alcanzara así estés listo o no. El conocimiento de lo que significa ser un exánime.


Pero cuando ella esté frente a ti, tentándote y ofreciéndote una nueva realidad, Tú tienes el poder de elegir… ¿Qué decisión tomaras? ¿Morirás con dignidad, con orgullo y honor como un ser humano? ¿O te volverás una bestia exánime sedienta de sangre y poder como yo?

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