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4 de mayo de 2012

La voz en la neblina


En todo el campo flotaba una fantasmal neblina grisácea y densa. Los árboles, vallas y pequeñas casas campiranas estaban completamente cubiertas dejando ver solo una sombría imagen difuminada en la distancia.

Alonso caminaba torpemente por el campo tropezando con las madrigueras de animales y fallas del terreno. No sabía que encontraría al final de ese arduo camino, pero estaba seguro de que necesitaba terminarlo. Buscó en su bolsillo de la chaqueta aquella foto amarillenta y maltratada en la cual se veía aun el rostro de una hermosa joven, quizá de unos dieciocho o diecinueve años que sonreía ligeramente, con los ojos entrecerrados y un gesto tierno y compasivo en la boca.

Alonso no pudo evitar sonreír al ver la imagen, ¿Cuánto tiempo habría pasado desde esa foto? ¿Unos tres años? Recordaba muchas épocas de frío, pero eso ya no significaba nada, había estado en tantas partes del mundo que los inviernos ya no significaban el final de un año.

Él siempre vio la guerra como algo despiadado hecho solo con fines de más poder y más dinero. Pero, sí esa era su visión de la guerra ¿Por qué se había enlistado entonces? Solo por un ideal, hacer todo lo posible por detenerla antes de que tocara su patria, antes de que llegara a su ciudad, evitar que destruyera su hogar.
Ahora, deambulando por las afueras de su amada ciudad, viendo la neblina gris que flotaba con una perturbadora tranquilidad sobre la tierra llevando consigo un olor a muerte y podredumbre mezclado con pólvora y tierra, se dio cuenta de que había fallado, el enemigo no solo ganó, sino que arrasó con todo.

Estaba entrando ya en las inmediaciones y uno a uno, como fieles testigos maltratados y humillados, los edificios tomaban forma frente Alonso. Pasó bajo un puente peatonal colapsado a la mitad, miró los restos de esa construcción unos momentos. Los fragmentos de cemento y metal habían caído sobre los vehículos que trataban de escapar del lugar, podía ver un auto que había sido partido a la mitad, otro que estaba completamente destrozado y revuelto bajo la roca y un tercero solo con la defensa delantera rota y las llantas destrozadas. Un ligero rayo de sol se dejó ver entre las gruesas nubes y la densa niebla, cayendo sobre las puertas abiertas del auto azul eléctrico, de interiores de piel y asientos acolchados. De pronto, tan pronto como el rayo surgió, se volvió a apagar. Dejando todo de nuevo con ese mortecino color grisáceo sobre todo lo que Alonso lograba divisar.

Los departamentos, los almacenes y las oficinas. Todo estaba cayéndose a pedazos, desquebrajándose el metal debilitado bajo el incesante peso del cemento solido. ¿Cuántas personas habrán escapado? ¿La alarma habrá sonado antes de que el enemigo llegara? Alonso sonrió con pesar en su interior, esas preguntas jamás tendrían respuesta, las bocinas y  los focos de emergencia que estaban en los postes más altos ahora colgaban graciosamente, siendo balanceados por el suave viento que parecía emitir una leve pero constante burla a los sentimientos de Alonso. Seguía caminando como un autómata por las calles oscurecidas. Su cuerpo lo llevaba a donde él quería ir, sin importar que el dueño del cuerpo no se diera cuenta de lo que hacía, los pies seguían avanzando, giraban en una calle, bajaban por otra y seguían de frente hasta otra intersección.

Alonso solo veía restos de edificios, todos le traían a la cabeza un recuerdo diferente. Aquellas oficinas de altos ventanales y puertas macizas que fueron testigos de su primer beso, ahora ya no eran más que vestigios rocosos de un edificio imponente, las grandes puertas principales de madera oscura y fuerte yacían en el piso en forma de astillas, trozos chamuscados de una belleza perdida; los ventanales que cubrían todo el edificio se habían quebrado en tantos pedazos y tan minúsculos que ya no quedaba rastro de ellos en el suelo, volaban de un lado al otro arrastrados por el viento, mientras el edificio crujía de vez en cuando al ceder una varilla de metal bajo el peso del cemento.

Al otro lado de la calle se veía un pequeño edificio aplastado por otro, pero aun era reconocible su oscura silueta entre el denso aire oscuro. Era una cafetería pequeña y acogedora, donde todo el tiempo había gente en movimiento sirviendo tazas y copas; siempre salía un dulce aroma de pan recién horneado mezclado con el amargo café y el agrio aroma del alcohol que también se servía en mínimas porciones; las hermosas mesas tapizadas con terciopelo rojo y suave que estuvieron presentes en la declaración de amor de cientos de jóvenes como Alonso ahora ardían sin flama, humo negro y denso salía de las ventanas destrozadas y la puerta parcialmente aplastada que nunca más dejaría salir el dulce y amargo aroma de aquel café tan concurrido y famoso.

Más adelante, en la zona habitacional de clase media, podía ver a lo lejos como los edificios donde cientos de familias Vivian, ya no eran más que un montón de escombros en el suelo. No quedaba nada que permitiera reconocer el lugar más que un viejo letrero de hierro forjado donde decía el nombre del terreno y “la promesa” del gobierno a seguir creando lugares seguros como ese. Alonso avanzó entre los escombros, aquí y allá se veían restos de sillas, camas, televisores y radios, todo destruido, aplastado y ensangrentado. Decenas de maletas estaban regadas por todo el lugar, como si aun esperaran a que sus dueños las recogieran y se las llevaran a un lugar seguro; los automóviles con las cajuelas abiertas parecían esperar una carga que jamás llegaría.

Todo se había detenido en ese lugar. Las personas que alegremente compartían chismes y bromas no regresarían jamás, los juguetes que se mantuvieron a salvo dentro de un cofre de juguete que cayó a la acera nunca más serían usados por su dueño, había muñecas tiradas, un pequeño carrito de acero color rojo que había salido volando hasta un homónimo de talla original.

Tomó una de las muñecas, la más vieja y maltratada de todas. Era una pequeña muñequita de trapo, con cabellos de estambre y ojos de botón negro azabache, estaba cubierta con una leve capa de ceniza y tierra que opacaba el color brillante de su vestidito azul. Fue hacía el carro de juguete y lo sostuvo un momento. Pese a los rayones en las puertas y en el techo sobre su pintura de un rojo granate, aun mantenía esa belleza que solo los juguetes con esencia de su dueño podían transmitir.

¿Qué había hecho? ¿Por qué no estuvo ahí para protegerlos? Su amada familia, sus amigos, su trabajo, todo había sido destruido, todo aniquilado…Todos asesinados. Cayó de rodillas y lagrimas comenzaron a salir de sus ojos oscuros como dos granos de café, sus manos apretaban la pequeña muñeca y el carrito de juguete, los sujetaba con vehemencia, esperando que en cualquier comento pudiera escuchar las risas de sus hijos, la llamada de su mujer, los gritos de alegría de sus amigos o el monótono sonido de las maquinas de escribir.

Pero solo escuchaba el silbido burlón del viento, solo podía escuchar como pasaba rozando los restos de los edificios y alborotando la tierra y restos de vidrio en el piso. La sangre que yacía en el pavimento parecía ser negras manchas de aceite espeso y asqueroso que producía un aroma desquiciante para Alonso. De pronto, escuchó una risa angelical viniendo de los escombros del edificio, después esta risa se multiplico por dos: una risa parecía ser fuerte, aguda y resonante; la otra muy queda, tranquila y pacífica. Se levantó con los ojos desorbitados y sonriendo con demencia, mientras las lagrimas seguían corriendo por sus mejillas.

Aun con los juguetes en las manos se acercó tambaleante a donde escuchaba aquellas risas, pero, cuando estaba a punto de llegar, cesaron de golpe, incluso el viento dejo de escucharse y Alonso solo podía percibir el sonido de sus palpitaciones golpeándole los tímpanos. Giró la cabeza de un lado a otro, buscaba otra fuente de sonido, la que fuera, incluso el más pequeño susurro que lo guiara de nuevo a su felicidad. Súbitamente, a sus espaldas, escuchó un susurro que parecía decir “Alonso, mí Alonso…”.

Se volvió y de nuevo, en sus espaldas volvió a escuchar “Alonso, amado mío…”. Corrío hacia los restos del edificio a sus espaldas y se lanzó sobre la firme roca, -¿Dónde? ¿Dónde están? ¡Necesito saberlo!-, de nuevo podía escuchar el susurro del viento, esa melodía burlona que no dejaba de repetir. Alonso sintió que su corazón se salía de su pecho, comenzó a golpear la dura piedra con los puños que aun sostenían los juguetes con tal fuerza que podía sentir como la carne se desgarraba, escuchaba como su sangre comenzaba a formar un pequeño charco en la roca y sus puños chapoteaban en ella.

Podía sentir que sus nudillos se rompían y que comenzaba a perder las fuerzas en las manos, pero no le importó, siguió golpeando la roca hasta que ya no pudo más y soltó los juguetes mientras lloraba y jadeaba. Se arrodilló y miró el cielo grisáceo, -¿Dónde? ¿Dónde están? Por favor, por favor, quiero saberlo, debo saberlo. ¡Necesito saberlo!

-Si quieres saberlo entonces sigue mi voz-. Alonso se levanto y miró a todos lados, no había nadie, nadie podía haber pronunciado esas palabras. Su mente mentía, le hacía escuchar cosas que no existían.

-Te llevaré con ellos, solo tienes que hacer lo que yo diga, sabes que quieres hacerlo. Necesitas hacerlo.

-¿En cerio me llevaras a donde ellos están?

-Te llevaré lo más cerca posible, verlos dependerá de ti, dependerá de que tan fuerte seas y que tanta confianza te tengas-. Alonso sonrió como nunca lo había hecho, seguiría las instrucciones al pie de la letra si eso le permitía verlos de nuevo. Corrió al edificio de enfrente y pateó la única puerta que quedaba en pie, la voz decía que se adentrara tanto como pudiera en los escombros y así lo hizo Alonso, esquivó sillas destruidas, televisores que estaban volcados despidiendo chispas por la reventada pantalla, saltó escaleras derrumbadas y saltó sobre lo que parecían ser cadáveres de gente que no había logrado salir.

Pero nada de eso importaba, eso no tenía ninguna importancia ya, solo quería verlos, escucharlos de nuevo, aunque fuera la última vez, verlos y poder sonreír con ellos. Escuchó el cemento ceder en una parte cercana, quizá un departamento contiguo había finalmente colapsado completamente. Se le acababa el tiempo, debía llegar pronto, verlos de nuevo y sacarlos antes de que todo cayera ante el peso del mismo edificio.

Llegó a un cuarto donde el techo había caído casi en su totalidad, exceptuando una pequeña parte oscura que era sostenida por una viga base desquebrajada y vieja. Alonso atravesó la estancia como un bólido hasta ese punto, esperando ver a su familia acurrucada, tal vez durmiendo, con cortes, golpes o luxaciones, pero vivos.

Sin embargo, al llegar solo vio basura, escombros y un pequeño radio con la antena doblada en un ángulo extraño.

-¡Me mentiste! ¡Ellos no están aquí!

-No mentí, te prometí que te llevaría lo suficientemente cerca de ellos, verlos dependería de tu decisión, de tu coraje y de tu confianza. Ahora dime Alonso ¿Le tienes miedo a la muerte?-, la voz comenzó a reir con locura, Alonso estaba asustado, estaba temblando y comenzó a sentir de nuevo el dolor de sus manos destrozadas, la risa le perforaba los tímpanos y no paraba de retumbar por todos lados. En ese momento miró la pequeña radio y su cubierta ligeramente cromada en las bocinas.

Veía algo en el reflejo, era su reflejo. El era quien reía, el estaba sonriendo y tenía la mirada desorbitada. Sus ojos cafés brillaban con locura y su rostro estaba desencajado, una mezcla de pánico y alegría se mesclaban en su rostro mientras las lágrimas de risa y dolor inundaban su rostro. No pudo soportarlo más y pateo la radio lo más lejos que pudo.

-¡Te odio! ¡Maldito seas!

-Estas maldiciéndote a ti mismo. Además, te odias, ¿no es eso gracioso?-, comenzó a patear las paredes, con sus manos destrozadas trataba de arrancarse la ropa y en su arranque de ira y dolor dio una patada a la viga desquebrajada y el techo comenzó a desquebrajarse y caer.

-¡Sí! ¡Ahora morirás y los veras! ¿No era eso lo que deseabas?- Siguió riendo como demente, y dio otra patada a la viga. El techo comenzó a crujir y grandes trozos de roca comenzaron a caer y a sepultar todo…Incluido Alonso.

Mientras perdía la conciencia, Alonso aun escuchaba las risas, los susurros y los gritos de alegría. Sobre su cabeza aun había un pedazo de techo que aun no había caído, pero que temblaba peligrosamente. Cuando la loza se desprendió Carlos cerró los ojos y antes de que el ruido sordo de la roca arrancará el último aliento de aquel desdichado hombre pudo escucharse un ligero y casi inaudible “gracias”, mientras un fuerte viento soplaba fuera del edificio volcando la pequeña muñeca de trapo y haciendo que el cochecito de juguete rodara hasta caer en una grieta y perderse en la oscuridad.
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