Antes de empezar...

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23 de julio de 2012

Deseos Desmedidos (Capitulo II)

Charles lo miró con recelo y miedo, ¿Cuánto llevaba observándolo aquel extraño hombre? -No, no es eso, pero nunca pensé encontrármelo en el baño de este lugar. ¿En qué puedo ayudarlo? ¿Viene ya a cobrarme?

-Je, je. No, estoy aquí por algo mucho más importante para usted, verá, ayer usted se marchó, o mejor dicho, se desmayó antes de que pudiera darle los detalles de sus nuevas “habilidades”.- Charles lo miró de forma extraña, a lo que el hombre solo respondió con una risilla y prosiguió;- Como creo que ya lo notó, sus nuevas habilidades han cambiado una parte de usted, pero es para que aproveche aun mas sus capacidades, dígame, ¿no ha sentido una excitación desmedida por alguna mujer? Mmm, puedo ver por la expresión en su rostro que, efectivamente lo ha sentido, muy bien, empezamos bien. No reprima esos deseos, simplemente enfóquelos en contactar con ella, solo eso necesita y cumplirá su cometido.

Charles se quedó un momento estupefacto, viendo al hombre sonriente que tenia frente a él, ¿Entonces todo era verdad? ¿Podía ejercer su dominio sobre la mujer que quisiera? Se secó rápidamente la cara con una toalla de papel y cuando volvió a abrir los ojos, su acompañante había desaparecido sin el más mínimo sonido. Rebuscó por todos lados, pero en el baño ya no había ni rastro de aquel hombre.

Charles salió del baño, se dejo caer en la silla y recargó los codos en la mesa. No entendía lo que estaba pasando, ¿En verdad su deseo había tenido efecto? ¿Podría cumplir sus fantasías sin temor ninguno a ser rechazado? La emoción se aglomeraba en el de manera constante, haciendo que su corazón latiera desenfrenadamente.

-Aquí tiene su café y sus tostadas, ¿Quiere otra cosa?- Charles reconoció la voz de inmediato, era aquella hermosa mesera de cuerpo perfecto. Su instinto suplicaba a gritos desde sus adentros que la mirará y fantaseará con ella, pero una parte de su ser exigía mirar la taza de café fijamente.- No, muchas gracias, por ahora estoy bien.

-Bien, si necesita otra cosa no dude en pedirla-. Escuchó el suave sonido de los zapatos planos de la mesera alejándose lentamente. En ese momento un zumbido lleno sus oídos y un susurro resonó con potencia en su cabeza “¡Eres débil! ¡Esa mujer puede ser tuya si usas los poderes! ¿Acaso quieres seguir siendo la burla de todos? ¡Hazlo, hazlo ya!”.

Inmediatamente cesó el zumbido en sus oídos y el sonido del restaurante se re instauró de golpe, prácticamente como si el mudo de alguna televisión hubiera sido retirado. Charles miró en todas direcciones, buscando de donde llegó aquella voz, aunque sabía perfectamente que solo estaba en su cabeza. Terminó su café de un solo trago, engulló las rebanadas de pan y se preparó para salir del restaurante. Pero aquella melodiosa voz lo interrumpió. -¿Desea que le traiga su cuenta?- Charles levantó la mirada con nerviosismo y se topó con los brillantes ojos de aquella preciosa mesera, su mente comenzó a trabajar de inmediato creando imágenes de las maneras más extravagantes de disfrutar de aquella mujer. Cerró los ojos mientras asentía a la joven mujer. Esta le entregó un pequeño papel rectangular donde venía escrito el consumo y el precio, hecho con una hermosa caligrafía fina, ágil y delicada.

Charles sacó la cartera de cuero negro de su pantalón y sacó dos billetes rosados. “¡Cobarde! ¡Tienes que hacerlo! ¡Domínala, contrólala! ¡TE LO EXIJO!”. Charles cerró con fuerza sus ojos, trató de concentrarse en cualquier otra cosa, menos en aquella mujer, pero fue imposible, sintió como el deseo se apoderaba de su cuerpo y de su mente mientras un calor intenso atravesaba su brazo y llegaba hasta el papel moneda que la chica recogía en ese momento.

Abrió los ojos y observó a la mesera, quien tenía la mirada perdida, con una leve sonrisa en el rostro y los brazos colgando. Charles estiró su brazo para tocarla, mientras aquella fuerza de deseo y lujuria parecía retroceder. Pero al momento de rozar ligeramente con las yemas de los dedos el cuerpo de la mujer, sintió un calor enorme en todo el cuerpo, parecía arder bajo la piel mientras ella fijaba su mirada perdida en él.

Charles despertó sobresaltado, con la cabeza adolorida y palpitante. Tenía dolor en todo el cuerpo, sentía sus músculos agotados y su corazón agobiado, estaba desorientado y con duras penas logró reconocer su propia habitación entre la penumbra. Al tratar de levantarse sintió un gran peso aprisionando su pecho y evitando que se moviera. 

Al mirar hacia abajo distinguió una silueta recostada en su pecho, en ese instante su cabeza se nublo de recuerdos, la chica de la cafetería gritando, arañándolo y golpeándolo mientras tenían relaciones. Cada imagen que cruzaba por su mente era aun más agresiva y repulsiva que la anterior, todo repleto de deseos reprimidos, fantasías, fetiches, “¿De lujuria?”, aquella voz del restaurante ahora le hablaba de nuevo, pero esta vez no estaba furiosa, estaba tranquila y con gestos de burla y diversión. “Me hiciste caso, hiciste lo que ordene. Perfecto, excelente, no podría estar más complacido. Ahora que has desatado el poder, ahora que has visto como funciona y lo has experimentado sabrás usarlo a la perfección. Sigue, sigue con este festín. La vida es corta, muy corta y el harem de tus sueños esta a tan solo unas cuantas mujeres más. Sigue, Sigue, engaña, ataca, cumple todos tus deseos. Ya no podrás parar, has probado estos frutos prohibidos y ahora ya no hay marcha atrás. Esto apenas esta comenzando”

3 de junio de 2012

Deseos Desmedidos (Capitulo I)


Era una noche cualquiera, un aire cálido rondaba por las calles llenándolas de susurros y ambientándola para la historia que estaba por tomar lugar en estas calles. Una sombra rondaba las esquinas, pasaba veloz bajo las luces de los faroles, mientras el viento seguía corriendo de un lado al otro, como si montara una guardia espectral para proteger a aquel hombre que había padecido tantos sufrimientos en su vida.
Al fin, la sombra se detuvo frente a un gran portal de madera negra y desgastada que parecía haber soportado todas las inclemencias naturales y humanas. Entre las finas figuras talladas sobre ella se encontraban raspones, cortes y marcas que parecían ser de bala; los picaportes, que antes solían ser de un brillante bronce, ahora estaban ennegrecidos por la contaminación, las lluvias y el descuido.
El hombre tocó tres veces, adentro se escucho un movimiento de cadenas, pestillos girando, seguros siendo retirados y finalmente un gran cuerpo solido siendo puesto en el suelo pesadamente antes de que la puerta quedara completamente abierta. En el interior del edificio se veía a la persona que abrió la puerta, un hombre con la piel extrañamente blanca, casi parecía ser una calavera, pues sus ojos eran saltones, grandes y parecían a punto de caer del rostro de aquel aterrador hombre; su nariz era pequeña, respingada y delgada, lo que acentuaba su aspecto perturbador.
En ese momento el viento paró en seco, dejo de sentirse aquella cálida brisa en toda la ciudad y fue remplazado por un aire estancado y frio, parecía que el viento sabía lo que vendría y trataba de advertir a las durmientes féminas de la ciudad, pero su advertencia no fue sentida por ninguna persona, ni la mas mínima muestra de emergencia se escuchó en alguna casa.
El hombre demacrado sonrió y dejó ver unos dientes afilados, blancos como el papel más fino de escritura y brillantes como cristales pulidos. Se hizo a un lado y la otra persona entro en el lugar, mostrándose por primera vez a la luz para su anfitrión. Un hombre alto, moreno y de cabello negro azabache y lacio; sus ojos rasgados y centellantes parecían dos piscinas llenas con miel clara y pura, rodeadas de una fina capa de ébano y por fuera marfil claro surcado apenas por unas pequeñas marcas rojas casi imperceptibles.
-¿Cómo esta? Joven Charles-, El anfitrión de la casa miró al joven de arriba abajo a Charles fijándose en su chaqueta de cuero marrón, sus zapatos de cuero a juego y su corbata de un tono beige sobre su camisa blanca e impecable. Sonrió de nuevo, mucho más abiertamente y prosiguió;- ¿Está seguro de querer continuar con nuestro trato? Recuerde que el costo es muy elevado, y su pedido…No es muy ortodoxo, puede costar aun más-. Charles lo miró fijamente, mientras por su mente pasaban las escenas de su más profundo deseo, no podía ya echarse para atrás, sus deseos eran más grandes que su voluntad y tiraban de él hacía la pura saciedad entera de sus pasiones.
-Estoy seguro, el costo no importa, solo dígame que lo hará, por favor. Pagaré lo que sea necesario y si necesita algo yo se lo traeré, solo dígame que necesito hacer.
El hombre sonrió abiertamente y de sus labios surgió levemente una lengua puntiaguda que los acarició y humedeció levemente, mientras sus blanquecinas y huesudas manos se frotaban con ansias.
-Bien, entonces creo que comenzaremos con el trabajo ahora mismo.
-Espere, aun no me ha dicho el precio.
El hombre lo miró con tranquilidad y con una voz entre cortada por una risa débil respondió solamente;- A su tiempo entenderá usted el costo.
Charles no recordaba mucho de aquella noche, no sabía que había pasado, a su cabeza llegaban continuamente imágenes entrecortadas, donde veía a aquel hombre riéndose mientras él estaba de rodillas, otras donde se veía a sí mismo estrechando la mano huesuda de aquel hombre y sentía un calor recorriendo todo su cuerpo, seguido de una sensación helada que quemaba cada milímetro de su piel. Todo eran cuadros difusos, solo recordaba las últimas palabras de aquel hombre antes de que lo sacara de aquel edificio, “Joven Charles, ha tomado la decisión que cambiará su forma de vida. No se preocupe, usted encontrará la manera de lograr su cometido”.
Charles seguía caminando, su cabeza palpitaba y lo único que deseaba era aquel delicioso café que servían en “La Casita”, un modesto pero muy alegre restaurante en el centro de la ciudad, no era un lugar turístico, por lo que la tranquilidad casi siempre reinaba en ese pequeño establecimiento. Sus paredes estaban cubiertas casi por completo de retratos de famosos actores y actrices de la época dorada, muchas de ellas autografiadas y otras cuantas tomadas con el viejo dueño del lugar.
Tomó asiento en un lugarcito del rincón y esperó con el rostro entre las manos, en su cabeza las imágenes de la noche anterior pasaban desordenadamente frente a él y le provocaban una oleada de mareos y nauseas. No podía creer que había hecho esa estupidez y, peor aún, había creído en aquel extraño sujeto, un trato del cual no estaba seguro que se cumpliría, un pago que ni siquiera sabía cómo sería.
-¿Puedo tomar su orden?- le preguntó una melodiosa voz que lo sacó de sus cavilaciones, Charles levantó la mirada y quedó anonadado ante la mujer que estaba frente a él; era de piel blanca y limpia, sin ninguna peca que manchara ese rostro, ojos color jade, grandes y perfectamente enmarcados por unas bellas y largas pestañas ligeramente rizadas; por si eso fuera poco, tenía una cabellera color dorado y larga hasta los hombros. Charles simplemente quedó estupefacto ante aquella belleza, las palabras no querían salir de su boca y su cuerpo no respondía. -¿Señor? ¿Le sucede algo?- Súbitamente Charles salió de su trance y sintió como se sonrojaba ante aquella mujer,- No, nada. Por favor, tráigame un café cortado y una orden de pan tostado.
-Claro, ¿no desea un desayuno con su orden?
-No, gracias, así está bien-. La chica sonrió, dio media vuelta y se encaminó hacia la barra de la cocina. Mientras lo hacía, Charles pudo constatar lo hermosa que era en todo sentido, su cuerpo parecía ser el de una musa griega, enmarcado por el uniforme color beige del uniforme; unas delicadas medias cubrían sus largas y bien torneadas piernas, como dos pilares de mármol blanco cubiertos por una fina capa de tela transparente.
No pudo evitar fantasear con ella mientras atendía las demás mesas, cada sonrisa, cada delicado movimiento de su mano sobre el papel, hasta el más discreto de sus movimientos de cadera despertaba en Charles una sensación de deseo. No podía dejar de pensar en ella así, de desearla solo para él, de tenerla únicamente para sus más fervientes deleites.
Se levantó de golpe y con paso presuroso se dirigió al servicio, una vez dentro se enjuagó la cara con agua fría y se miró al espejo, ¿Desde cuándo? ¿Hacía cuanto que él pensaba ese tipo de cosas? Una parte de su mente lo hacía sentirse sucio, impuro y desagradable; pero otra lo hacía pensar en el cuerpo de aquella joven, dirigía toda su imaginación a su cuerpo sensual, a sus carnosos labios y a esas dos joyas color verde de sus ojos. -¿Algún problema Charles?- Una voz familiar lo hizo saltar y girarse rápidamente, frente a Charles se encontraba aquel hombre misterioso y fantasmal de la noche anterior.
-¿Por qué esa cara de contrariedad, joven Charles? No me dirá que pensó que no nos volveríamos a ver ¿O sí?

4 de mayo de 2012

La voz en la neblina


En todo el campo flotaba una fantasmal neblina grisácea y densa. Los árboles, vallas y pequeñas casas campiranas estaban completamente cubiertas dejando ver solo una sombría imagen difuminada en la distancia.

Alonso caminaba torpemente por el campo tropezando con las madrigueras de animales y fallas del terreno. No sabía que encontraría al final de ese arduo camino, pero estaba seguro de que necesitaba terminarlo. Buscó en su bolsillo de la chaqueta aquella foto amarillenta y maltratada en la cual se veía aun el rostro de una hermosa joven, quizá de unos dieciocho o diecinueve años que sonreía ligeramente, con los ojos entrecerrados y un gesto tierno y compasivo en la boca.

Alonso no pudo evitar sonreír al ver la imagen, ¿Cuánto tiempo habría pasado desde esa foto? ¿Unos tres años? Recordaba muchas épocas de frío, pero eso ya no significaba nada, había estado en tantas partes del mundo que los inviernos ya no significaban el final de un año.

Él siempre vio la guerra como algo despiadado hecho solo con fines de más poder y más dinero. Pero, sí esa era su visión de la guerra ¿Por qué se había enlistado entonces? Solo por un ideal, hacer todo lo posible por detenerla antes de que tocara su patria, antes de que llegara a su ciudad, evitar que destruyera su hogar.
Ahora, deambulando por las afueras de su amada ciudad, viendo la neblina gris que flotaba con una perturbadora tranquilidad sobre la tierra llevando consigo un olor a muerte y podredumbre mezclado con pólvora y tierra, se dio cuenta de que había fallado, el enemigo no solo ganó, sino que arrasó con todo.

Estaba entrando ya en las inmediaciones y uno a uno, como fieles testigos maltratados y humillados, los edificios tomaban forma frente Alonso. Pasó bajo un puente peatonal colapsado a la mitad, miró los restos de esa construcción unos momentos. Los fragmentos de cemento y metal habían caído sobre los vehículos que trataban de escapar del lugar, podía ver un auto que había sido partido a la mitad, otro que estaba completamente destrozado y revuelto bajo la roca y un tercero solo con la defensa delantera rota y las llantas destrozadas. Un ligero rayo de sol se dejó ver entre las gruesas nubes y la densa niebla, cayendo sobre las puertas abiertas del auto azul eléctrico, de interiores de piel y asientos acolchados. De pronto, tan pronto como el rayo surgió, se volvió a apagar. Dejando todo de nuevo con ese mortecino color grisáceo sobre todo lo que Alonso lograba divisar.

Los departamentos, los almacenes y las oficinas. Todo estaba cayéndose a pedazos, desquebrajándose el metal debilitado bajo el incesante peso del cemento solido. ¿Cuántas personas habrán escapado? ¿La alarma habrá sonado antes de que el enemigo llegara? Alonso sonrió con pesar en su interior, esas preguntas jamás tendrían respuesta, las bocinas y  los focos de emergencia que estaban en los postes más altos ahora colgaban graciosamente, siendo balanceados por el suave viento que parecía emitir una leve pero constante burla a los sentimientos de Alonso. Seguía caminando como un autómata por las calles oscurecidas. Su cuerpo lo llevaba a donde él quería ir, sin importar que el dueño del cuerpo no se diera cuenta de lo que hacía, los pies seguían avanzando, giraban en una calle, bajaban por otra y seguían de frente hasta otra intersección.

Alonso solo veía restos de edificios, todos le traían a la cabeza un recuerdo diferente. Aquellas oficinas de altos ventanales y puertas macizas que fueron testigos de su primer beso, ahora ya no eran más que vestigios rocosos de un edificio imponente, las grandes puertas principales de madera oscura y fuerte yacían en el piso en forma de astillas, trozos chamuscados de una belleza perdida; los ventanales que cubrían todo el edificio se habían quebrado en tantos pedazos y tan minúsculos que ya no quedaba rastro de ellos en el suelo, volaban de un lado al otro arrastrados por el viento, mientras el edificio crujía de vez en cuando al ceder una varilla de metal bajo el peso del cemento.

Al otro lado de la calle se veía un pequeño edificio aplastado por otro, pero aun era reconocible su oscura silueta entre el denso aire oscuro. Era una cafetería pequeña y acogedora, donde todo el tiempo había gente en movimiento sirviendo tazas y copas; siempre salía un dulce aroma de pan recién horneado mezclado con el amargo café y el agrio aroma del alcohol que también se servía en mínimas porciones; las hermosas mesas tapizadas con terciopelo rojo y suave que estuvieron presentes en la declaración de amor de cientos de jóvenes como Alonso ahora ardían sin flama, humo negro y denso salía de las ventanas destrozadas y la puerta parcialmente aplastada que nunca más dejaría salir el dulce y amargo aroma de aquel café tan concurrido y famoso.

Más adelante, en la zona habitacional de clase media, podía ver a lo lejos como los edificios donde cientos de familias Vivian, ya no eran más que un montón de escombros en el suelo. No quedaba nada que permitiera reconocer el lugar más que un viejo letrero de hierro forjado donde decía el nombre del terreno y “la promesa” del gobierno a seguir creando lugares seguros como ese. Alonso avanzó entre los escombros, aquí y allá se veían restos de sillas, camas, televisores y radios, todo destruido, aplastado y ensangrentado. Decenas de maletas estaban regadas por todo el lugar, como si aun esperaran a que sus dueños las recogieran y se las llevaran a un lugar seguro; los automóviles con las cajuelas abiertas parecían esperar una carga que jamás llegaría.

Todo se había detenido en ese lugar. Las personas que alegremente compartían chismes y bromas no regresarían jamás, los juguetes que se mantuvieron a salvo dentro de un cofre de juguete que cayó a la acera nunca más serían usados por su dueño, había muñecas tiradas, un pequeño carrito de acero color rojo que había salido volando hasta un homónimo de talla original.

Tomó una de las muñecas, la más vieja y maltratada de todas. Era una pequeña muñequita de trapo, con cabellos de estambre y ojos de botón negro azabache, estaba cubierta con una leve capa de ceniza y tierra que opacaba el color brillante de su vestidito azul. Fue hacía el carro de juguete y lo sostuvo un momento. Pese a los rayones en las puertas y en el techo sobre su pintura de un rojo granate, aun mantenía esa belleza que solo los juguetes con esencia de su dueño podían transmitir.

¿Qué había hecho? ¿Por qué no estuvo ahí para protegerlos? Su amada familia, sus amigos, su trabajo, todo había sido destruido, todo aniquilado…Todos asesinados. Cayó de rodillas y lagrimas comenzaron a salir de sus ojos oscuros como dos granos de café, sus manos apretaban la pequeña muñeca y el carrito de juguete, los sujetaba con vehemencia, esperando que en cualquier comento pudiera escuchar las risas de sus hijos, la llamada de su mujer, los gritos de alegría de sus amigos o el monótono sonido de las maquinas de escribir.

Pero solo escuchaba el silbido burlón del viento, solo podía escuchar como pasaba rozando los restos de los edificios y alborotando la tierra y restos de vidrio en el piso. La sangre que yacía en el pavimento parecía ser negras manchas de aceite espeso y asqueroso que producía un aroma desquiciante para Alonso. De pronto, escuchó una risa angelical viniendo de los escombros del edificio, después esta risa se multiplico por dos: una risa parecía ser fuerte, aguda y resonante; la otra muy queda, tranquila y pacífica. Se levantó con los ojos desorbitados y sonriendo con demencia, mientras las lagrimas seguían corriendo por sus mejillas.

Aun con los juguetes en las manos se acercó tambaleante a donde escuchaba aquellas risas, pero, cuando estaba a punto de llegar, cesaron de golpe, incluso el viento dejo de escucharse y Alonso solo podía percibir el sonido de sus palpitaciones golpeándole los tímpanos. Giró la cabeza de un lado a otro, buscaba otra fuente de sonido, la que fuera, incluso el más pequeño susurro que lo guiara de nuevo a su felicidad. Súbitamente, a sus espaldas, escuchó un susurro que parecía decir “Alonso, mí Alonso…”.

Se volvió y de nuevo, en sus espaldas volvió a escuchar “Alonso, amado mío…”. Corrío hacia los restos del edificio a sus espaldas y se lanzó sobre la firme roca, -¿Dónde? ¿Dónde están? ¡Necesito saberlo!-, de nuevo podía escuchar el susurro del viento, esa melodía burlona que no dejaba de repetir. Alonso sintió que su corazón se salía de su pecho, comenzó a golpear la dura piedra con los puños que aun sostenían los juguetes con tal fuerza que podía sentir como la carne se desgarraba, escuchaba como su sangre comenzaba a formar un pequeño charco en la roca y sus puños chapoteaban en ella.

Podía sentir que sus nudillos se rompían y que comenzaba a perder las fuerzas en las manos, pero no le importó, siguió golpeando la roca hasta que ya no pudo más y soltó los juguetes mientras lloraba y jadeaba. Se arrodilló y miró el cielo grisáceo, -¿Dónde? ¿Dónde están? Por favor, por favor, quiero saberlo, debo saberlo. ¡Necesito saberlo!

-Si quieres saberlo entonces sigue mi voz-. Alonso se levanto y miró a todos lados, no había nadie, nadie podía haber pronunciado esas palabras. Su mente mentía, le hacía escuchar cosas que no existían.

-Te llevaré con ellos, solo tienes que hacer lo que yo diga, sabes que quieres hacerlo. Necesitas hacerlo.

-¿En cerio me llevaras a donde ellos están?

-Te llevaré lo más cerca posible, verlos dependerá de ti, dependerá de que tan fuerte seas y que tanta confianza te tengas-. Alonso sonrió como nunca lo había hecho, seguiría las instrucciones al pie de la letra si eso le permitía verlos de nuevo. Corrió al edificio de enfrente y pateó la única puerta que quedaba en pie, la voz decía que se adentrara tanto como pudiera en los escombros y así lo hizo Alonso, esquivó sillas destruidas, televisores que estaban volcados despidiendo chispas por la reventada pantalla, saltó escaleras derrumbadas y saltó sobre lo que parecían ser cadáveres de gente que no había logrado salir.

Pero nada de eso importaba, eso no tenía ninguna importancia ya, solo quería verlos, escucharlos de nuevo, aunque fuera la última vez, verlos y poder sonreír con ellos. Escuchó el cemento ceder en una parte cercana, quizá un departamento contiguo había finalmente colapsado completamente. Se le acababa el tiempo, debía llegar pronto, verlos de nuevo y sacarlos antes de que todo cayera ante el peso del mismo edificio.

Llegó a un cuarto donde el techo había caído casi en su totalidad, exceptuando una pequeña parte oscura que era sostenida por una viga base desquebrajada y vieja. Alonso atravesó la estancia como un bólido hasta ese punto, esperando ver a su familia acurrucada, tal vez durmiendo, con cortes, golpes o luxaciones, pero vivos.

Sin embargo, al llegar solo vio basura, escombros y un pequeño radio con la antena doblada en un ángulo extraño.

-¡Me mentiste! ¡Ellos no están aquí!

-No mentí, te prometí que te llevaría lo suficientemente cerca de ellos, verlos dependería de tu decisión, de tu coraje y de tu confianza. Ahora dime Alonso ¿Le tienes miedo a la muerte?-, la voz comenzó a reir con locura, Alonso estaba asustado, estaba temblando y comenzó a sentir de nuevo el dolor de sus manos destrozadas, la risa le perforaba los tímpanos y no paraba de retumbar por todos lados. En ese momento miró la pequeña radio y su cubierta ligeramente cromada en las bocinas.

Veía algo en el reflejo, era su reflejo. El era quien reía, el estaba sonriendo y tenía la mirada desorbitada. Sus ojos cafés brillaban con locura y su rostro estaba desencajado, una mezcla de pánico y alegría se mesclaban en su rostro mientras las lágrimas de risa y dolor inundaban su rostro. No pudo soportarlo más y pateo la radio lo más lejos que pudo.

-¡Te odio! ¡Maldito seas!

-Estas maldiciéndote a ti mismo. Además, te odias, ¿no es eso gracioso?-, comenzó a patear las paredes, con sus manos destrozadas trataba de arrancarse la ropa y en su arranque de ira y dolor dio una patada a la viga desquebrajada y el techo comenzó a desquebrajarse y caer.

-¡Sí! ¡Ahora morirás y los veras! ¿No era eso lo que deseabas?- Siguió riendo como demente, y dio otra patada a la viga. El techo comenzó a crujir y grandes trozos de roca comenzaron a caer y a sepultar todo…Incluido Alonso.

Mientras perdía la conciencia, Alonso aun escuchaba las risas, los susurros y los gritos de alegría. Sobre su cabeza aun había un pedazo de techo que aun no había caído, pero que temblaba peligrosamente. Cuando la loza se desprendió Carlos cerró los ojos y antes de que el ruido sordo de la roca arrancará el último aliento de aquel desdichado hombre pudo escucharse un ligero y casi inaudible “gracias”, mientras un fuerte viento soplaba fuera del edificio volcando la pequeña muñeca de trapo y haciendo que el cochecito de juguete rodara hasta caer en una grieta y perderse en la oscuridad.
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