Antes de empezar...

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9 de marzo de 2013

Deseos Desmedidos (Capitulo III)


-…Ahora, nos enlazamos con nuestra corresponsal, María Velazco, quien se encuentra a las afueras del departamento policial, donde decenas de personas se manifiestan en contra de la incapacidad policial de detener los secuestros. María, adelante.

-Muy buenas tardes, Albero  querido auditorio, pues si, como bien mencionas me encuentro afuera del departamento de policía, donde varias personas se han reunido para exigir una resolución a las desapariciones recientes. Cabe destacar que todas las personas desaparecidas han sido mujeres que se encuentran entre los dieciocho y los veinticinco años de edad. Hasta el momento se tiene reporte de veinte mujeres desaparecidas, sin embargo, se prevé que este no es el número real, sino que aún faltan muchos reportes. Por otra parte, la cabeza de la policía de investigación presento una declaración en la cual aseguraba que no se han encontrado rastros de las desaparecidas, así como que no se ha visto ningún patrón particular de ataque, ha recomendado a todas las mujeres de dieciséis a treinta años que no salgan de sus hogares si no es estrictamente necesario, y en caso de ser así se hagan acompañar por una persona de absoluta confianza. Así es como se vive el dolor y angustia, regresamos al estudio.

-Muchas gracias por tu reporte María, en otras noticias…- La imagen del televisor se apagó con un exabrupto corte negro, la pantalla desprendió sonidos de estática durante algunos segundos para posteriormente quedar sin aparente presencia de energía. Frente a ella, se encontraba un hombre de piel morena y cabello lacio se encontraba sentado en un hermoso sillón de cuero color marrón, con recarga brazos tallados en madera fina y decorados finamente. A su izquierda y su diestra se encontraban varias mujeres, todas con la mirada perdida en el infinito y con la piel de sus cuerpos llena de sudor que se mezclaba con otras sustancias varias como alcohol, saliva y medicamentos. Charles se encontraba justamente en el centro, con los brazos recargados en el respaldo del sillón, su brazo derecho se encontraba rodeando el cuello de una chica pelirroja que se encontraba dormitando, en su mano, Charles sostenía una botella de licor y su brazo izquierdo se encontraba por encima de la cabeza de la joven mesera, quien ahora ya no hacía más que mirar al suelo, perdida en el infinito. En esa mano, Charles sostenía el control remoto de la televisión.

“¿Lo ves? ¿Lo sientes? Ese pánico que has generado, esa desesperación que provocaste en aquellas personas, ese miedo que ahora tienen las mujeres de caer en tus redes, ¿no es maravilloso?”. Aquella voz tenía tiempo sin hacerse escuchar en la cabeza de Charles, solo lo hacía a consecuencia de una situación; cuando Charles comenzaba a sentir remordimiento por todas sus acciones. Ese momento no era diferente, aquel hombre estaba sumido en su propia miseria interna, ¿Cómo pudo ser tan idiota como para pedir aquella cosa? Estaba claro que ese poder no lo estaba volviendo más atractivo, no lo hacía sentirse más seguro, solo estaba viviendo una experiencia salida de las más bajas pasiones de otros seres humanos, humanos que son ajenos a él. “Olvida esas tonterías, ya no eres humano, no eres parte del sistema, estas sobre él, eres más que un humano, eres la presencia y encarnación misma de los deseos reprimidos. ¿Crees que lo que has hecho con estas mujeres está mal? No amigo mío, todo lo que les has hecho no son más que sus propios deseos, sus propias pasiones y perdiciones.” Charles miró al suelo, donde otra docena de mujeres yacían, envueltas en sudor y pocos restos de ropa, todas respiraban acompasadamente, relajadas y serenas, pero con la mirada vacía de expresión alguna. Charles no soportó ver aquella escena y se puso en pie, salió de la habitación y bajo las escaleras hasta el recibidor, donde sacó una chaqueta negra y un sombrero de copa baja a juego.

Salió a la calle, donde un viento frio corría por la calle, como avisando que el viejo peligro seguía suelto y amenazaba con seguir, “¿Crees que el viento soplé por nosotros?”. Charles se encaminó hacia el este, mirando a los alrededores con cansancio o asco, por la calle no se veían más personas que obreros, padres de familia y niños de un lado a otro, eran cerca de las dos y media de la tarde y ninguna mujer rondaba por la calle, “malditos noticieros, han provocado que ya ninguna chica linda quiera salir a jugar”, ignorando la voz, siguió su camino, recorriendo las calles hasta un hermoso edificio color azul pastel, sus ventanas estaban cubiertas con herrería negra que daba un toque distintivo a aquella fachada, Charles se aproximo a la puerta principal hecha de acero pintado de negro y tocó el timbre. Una hermosa voz sonó al otro lado de una bocina; -¿Sí? ¿Quién es?

-Hola Aurora, soy yo, Charles, quería saber si estas ocupada y si tienes tiempo de ir a tomar un café conmigo-. Por unos segundos solo se escuchó estática al otro lado del comunicador, hasta que de nuevo la voz de Aurora salió de entre las rejillas.- ¡Claro! Permíteme un momento y bajaré-. Se apagó el comunicador y detrás de la puerta se comenzaron a escuchar pasos y sonidos secos, al poco rato salió una bella mujer, de cabello negro y lacio que le llegaba un poco por encima de los hombros, su piel morena era tersa, casi perfecta a la vista de Charles. Tras unos finos lentes color azul turquesa se dejaban ver unos ojos oscuros, de proporciones rasgadas y pequeños, pero vivaces y astutos, los lentes se sostenían en unas orejas pequeñas y finas, al igual que en una nariz respingada y corta. Más abajo, unos labios rosas, finos y delicados enmarcaban unos dientes blancos y brillantes.

Su estatura era mucho menor que la de Charles, pero eso no era un factor importante para él, la realidad de las cosas era que el siempre la había amado, desde el momento en que la conoció siendo apenas unos niños, y ahora, estando ambos ya graduados, el no podía más que imaginar cómo sería declararle su amor a aquella hermosa mujer, “¿Así que por esto me trajiste aquí? Que patético, lo sabía, uno hombre tan patético como tú no podía tener ambiciones reales de tener un harem, solo querías una mujer. Pero no te preocupes, puedes tenerla, solo tócala, vamos, tócala y será tuya, enteramente tuya. Hazlo, ¿Qué esperas? ¡Hazlo!”. Charles se mordió la lengua para evitar hacer alguna expresión ante la desagradable proposición de aquella voz.

-¡Cuánto tiempo sin verte Charles! Qué bueno que viniste a verme, creía que ya me habías olvidado.

-Aurora, no seas ridícula, ¿cómo podría olvidarte? Sabes que eres la persona más importante para mí.

-Tu igual lo eres para mí Charles-. La chica sonrió y sus mejillas se llenaron de un ligero color rojizo, Charles sintió que su cara también se encendía y dio media vuelta. Tomó a Aurora de la mano y comenzaron a caminar por la calle, hablando sobre sus trabajos, sobre la vida  que han llevado y lo que esperan, mientras tanto, la voz dentro de Charles reía a carcajadas, “eso es, contrólate, trata de detener tu propio poder, que cuando lo liberes será mucho más divertido verte regodearte en su ser, ver como disfrutaras con toda lujuria de ella y después ese sentimiento de culpa te carcomerá. Será divertido”.

Charles, sentía como el calor del poder subía por su cuerpo, pero trataba de controlarlo y evitar que llegara hasta Aurora, quien seguía caminando sujetando su mano, platicando sobre su día en el trabajo. Charles sentía que podría más, así que pidió a Aurora entrar en una cafetería cercana. Así lo hicieron y el corrió al baño, metió las manos bajo el chorro de agua helada y sintió como se tranquilizaba, ¿Por qué? ¿Por qué había pedido aquello? ¿Por qué no pudo contenerse a hacerlo una y otra vez? ¿Por qué sentía que perdería el control en cualquier momento? “Porque lo deseas, quieres tenerla, ahora lo entiendo. Todas esas mujeres no han sido nada para ti ¿verdad? A ti solo te interesa tenerla a ella, todas las demás solo fueron por mi deseo, no por el tuyo, por eso no has sucumbido a los deseos desmedidos ¿No es verdad? Interesante, si la tienes entonces serás como yo, podrás disfrutarla cuanto quieras, y entonces entenderás la maravilla que es esto. Hazlo, ataca, apodérate de su mente y de su cuerpo, vamos, sabes que quieres hacerlo, quieres tener su cuerpo y su mente bajo tu control. ¡Hazlo!” Charles, se sujetó la cabeza y cerró con fuerza los ojos hasta que comenzó a sentir un mareo, entonces, el calor del deseo sucumbió y desapareció, mientras Charles se relajaba. ¿Cuánto llevaba en el baño? Unos cinco minutos… ¿o ya era media hora? Debía salir y hacer que Aurora se alejara de él antes de que sucumbiera de nuevo al poder.

-Charles, ¿estás bien? Te ves muy pálido… Mejor vayamos a casa ¿vale? Te dejare en tu casa y te cuidare un momento antes de salir al concierto.

-No Aurora, ese concierto es importante en tu carrera, no puedes llegar tarde, ve de una vez y después hablaremos, no te preocupes, estoy bien-. Charles sintió de nuevo el calor saliendo desde el centro de su cuerpo y tratando de llegar a sus manos. Pero se contuvo, comenzó a respirar agitadamente y vio en el rostro de Aurora reflejada la preocupación sincera por él.- Discúlpame, pero debo irme.

Sin más, salió corriendo del café, tratando de encontrar de nuevo el curso a su hogar mientras la voz gritaba furiosa dentro de su cabeza; “¡Cobarde! ¡Maldito cobarde! ¡No te das cuenta de que tu función es dejarte llevar por esos deseos! ¡YA NO TIENES ELECCIÓN! ¡TU ME PERTENECES, NO AL CONTRARIO! ¡HARAS LO QUE YO DIGA NO MAS ESTUPIDECES COBARDES! ¡ME PERTENECES!”.

 Charles giró la llave en su puerta y entró con tumbos en la casa, se dejó caer de rodillas en el tapete del recibidor y comenzó a golpear el suelo con los puños,-¡No! ¡Yo no te pertenezco! ¡No hare nada de lo que pides, jamás! Nunca más… Dejare a estas mujeres en libertad, así me denunciaran y me arrestarán, también me llevaran a un hospital psiquiátrico y…

-¡NO! ¡NO TE PERMITIRÉ HACER ESO! ¡HE ESPERADO SIGLOS, MILENIOS ESPERANDO SALIR Y AHORA QUE TENGO UN CUERPO NO DEJARÉ QUE NI TU NI NADIE SE INTERPONGAN EN MI CAMINO! ¡AHORA RINDETE MORTAL! ¡TE LO ORDENO!- El cuerpo de Charles comenzó a temblar, un frio asesino, seguido de un calor abrazador lo inundaban una y otra vez, haciéndolo retorcerse en la alfombra del dolor, al mismo tiempo, algunas de las mujeres comenzaron a salir de los cuartos, aun desorientadas, pero capaces de observar con mayor atención. Vieron a Charles tirado en la alfombra y algunas comenzaron a gritar, otras más corrieron hacia la puerta y una de ellas lo golpeó en la cabeza con una charola de plata, al caer de bruces en la alfombra, vio perfectamente que quien lo golpeó fue aquella mesera, cuyos ojos ahora solo reflejaban odio y terror: -¡MALDITA SEA! ¡HE PERDIDO EL CONTROL SOBRE SUS MENTES! ¡TODO ES TU CULPA ESTUPIDO MORTAL! ¿CÓMO TE ATREVES A DESAFIAR A LA ENCARNACIÓN MISMA DE LA LUJURÍA! Pero esto no se quedara así maldito, me apoderare de tu cuerpo y entonces, iré por esa mujer, si, esa pequeña mujer que tanto deseas será solo mía, de maneras inimaginables, ¡solo será mía!-. En ese momento, la puerta principal se abrió de par en par y todas las jóvenes salieron corriendo, dando tumbos y gritando, mientras desde el exterior llegaban más gritos y conversaciones perdidas. Charles entró arrastrándose a la cocina, soportando el dolor de su cuerpo, de sus rodillas, puños y su cabeza, se puso en pie y comenzó a rebuscar entre los cajones.

-¿Buscas cubiertos idiota? ¿Crees que te dejaré si quiera ser mi cocinero? ¡Qué ridiculez!

-Eres… un egocéntrico idiota… no busco nada más que… esto-. Charles sacó la mano del cajón sujetando un cuchillo plateado y brillante, cuyo filo parecía cortar solo con mirarlo.-¡Necio! ¡No dejaré que te mates! ¡Este cuerpo será mío, solo mío!- En ese momento, Charles sintió como el calor se centraba en su mano, tratando de hacerle soltar el cuchillo, le escocía, cada centímetro de su piel se sentía ardiendo mientras que centraba todas sus fuerzas en dominar el arma. Comenzó a dar pasos, girando, chocando con todo, tumbando platos y ollas. Llegó de nuevo al recibidor y en el portal veía a varios curiosos mirando hacia adentro, algunos con expresiones meramente burlonas, otras con terror y preocupación. Entonces, de entre la multitud distinguió a Aurora, quien lo miraba con los ojos desorbitados, con pequeñas lágrimas corriendo por sus ojos. Sintió una furia inmensa dentro de sí, a la vez que la voz resonaba de nuevo: -¡Ahí esta! ¡No necesito apoderarme de ella para hacerte miserable, solo tengo que matarla y me has dado el arma perfecta!- La rabia entonces surgió del mismo Charles, quien gritó con todas sus fuerzas y sin meditarlo ni pensarlo dos veces sujeto el cuchillo con ambas manos y lo encajó en su abdomen. Sintió un inmenso dolor, a la vez que una humedad se esparcía sobre sus piernas y sus manos, cayó de rodillas en la alfombra mientras los presentes corrían y gritaban, la única que permaneció ahí fue Aurora, quien comenzó a llorar con mayor fuerza y corrió hacia él.

-¡NO! ¡NO DE NUEVO! ¡HACE DOS MIL AÑOS SUCEDIÓ ESTO! ¡NO DE NUEVO! ¡NO!- La voz sostuvo un grito dentro de Charles durante unos segundos, antes de ahogarse en el silencio y desaparecer junto con el calor. Entonces Charles sonrió, y se desplomó completamente en el suelo mientras veía su sangre machando el suelo y los zapatos blancos de Aurora. –Aurora… Perdóname, yo quería ser…el hombre que pudiera estar contigo, por eso comencé todo esto…ahora veo mi error. Te…Te a…

-Charles, yo también te amo, nunca debió pasar esto, te amo. Perdóname por nunca habértelo dicho-. Las lágrimas corrieron con mayor fuerza por las mejillas de Aurora, mientras suspiros y sollozos salían de sus delicados labios. Charles levantó una mano ensangrentada y limpió con delicadeza una de esas lagrimas. –No llores…este fue mi error y ahora pago por el…corre, vete de aquí y no mires atrás…aun no estás a salvo. Corre por favor.

Aurora lo miró, lloró con aun más fuerza y salió corriendo del lugar, mientras sirenas policiales inundaban el ambiente. Aquel hombre moreno se arrastró con todas sus fuerzas cerca de un hermoso sillón individual, se trepó a él, y se sentó esperando la muerte, mientras un hombre blanquecino lo miraba desde el pasillo de enfrente. –Joven Charles, que desgracia encontrármelo en esta situación tan desafortunada. Pero negocios son negocios señor, y me temo que es hora de cobrarle nuestra deuda.

-Je, no me sorprende, ¿qué…es usted el diablo? Viene por…mi alma ¿no?

-¿El diablo? Ja, ja, lamento reírme, pero suena ridículo, el diablo no interviene en asuntos terrenales, a mí solo me interesan los componentes especiales para mi último hechizo, aquella que me dará vida eterna y poderes inimaginables. Solo que necesito de otros que se sacrifiquen por mí. Ahí es donde entra usted, amigo mío, verá, su corazón ya ha sido invadido por Lurjus, el demonio de la lujuria, esa mancha jamás podrá ser borrada de su corazón.

-Entonces…solo necesitas un corazón invadido por sus poderes…

-No, te equivocas de nuevo, lo que necesito de Lurjus es un corazón que el invadiera, pero que este corazón fuera más fuerte que él. Por eso te elegí a ti, porque sabía que tu lo derrotarías en cuanto el te atacara y amenazara lo que sientes. Felicidades, derrotaste a un demonio, lástima que no podrías contarlo.

Charles comenzó a reír y cerró los ojos esperando la muerte. Al cerrar sus ojos sintió el calor de las lagrimas escapando bajo sus parpados mientras la imagen de Aurora se mostraba ante él, su sonrisa cautivadora, sus hermosos ojos que siempre se veían ocultos tras aquellos lentes. Su piel morena destacando siempre de su hermoso vestido azul turquesa, ella le tendía la mano, el trataba de sujetarla y alcanzarla y cuando lo logró, sintió un calor inmenso, seguido de una sensación de que su corazón dejaba de latir.

. . .

-…En otras noticias, la policía por fin a encontrado al culpable de las desapariciones de mujeres jóvenes, al parecer este hombre las drogaba con una sustancia aun desconocida que se consume por la piel, las autoridades aun no descartan la posibilidad de que esté ligado al crimen organizado y a la trata de blancas, pero las victimas aseguran que no recuerdan haber sido sacadas de aquella casa ni de que ningún otro hombre entrara al lugar. El culpable fue encontrado muerto sobré un sillón, teniendo laceraciones en la cabeza, una herida muy profunda producida por un cuchillo en el estomago y otra mucho más grande y profunda que iba desde el cuello hasta la parte media del torso. De esta herida fue extraído su corazón. Aun se desconoce el motivo por el cual fue encontrado así, pero se cree que fueron los líderes de la banda quienes ordenaron esta terrible escena. –La televisión se apagó y la estática fue el único sonido que permaneció por unos segundos. Cuando esta se apagó, el hombre frente a la televisión comenzó a reír mientras hacía girar en su mano derecha un delicado frasco de color opaco, tallado con figuras y letras incomprensibles. –Hermoso, planeado no hubiera sido mejor, ahora el crimen organizado tiene la culpa…y yo este precioso corazón enamorado y marcado por la lujuria. Ya va uno de los seis necesarios. Pronto terminaré de reunirlos y entonces…- Se relamió las palabras y comenzó a reír. Mientras, seis almas más se estremecieron simultáneamente, como un presagio de su destino. -¿Qué sucede?

-Nada, nada en lo absoluto…- Respondieron las seis personas al unisonó. 

7 de marzo de 2013

Sumireko


Yo veía a esa pobre mujer amigos míos, veía como la lluvia le abofeteaba la cara, pero ella ni siquiera se inmutaba, la gente y los autos último modelo pasaban sin apenas notarla entre toda la oscuridad de aquella turbia noche. ¿Por qué era la vida tan buena con unos y tan cruel con otros? Eso era lo que yo me preguntaba mis queridos amigos, esa mujer se encontraba todas las noches ahí. Así lloviera, nevara o relampagueara, ella se quedaba ahí, sin inmutarse, parada cual árbol viejo que soporta la tempestad porque su destino es ese, soportar y esperar.

La observaba desde mi balcón, un sitio modesto como el de la luna que mira al sauce cada noche. Su humilde narrador no sabía su nombre, ni su edad ni dirección. Solo sabía que Todas las noches, a las nueve treinta y siete en punto llegaba frente a esa casa, se quedaba parada ahí hasta las diez y cinco, que era la hora en que salía un caballero de buen aspecto y finos modos rumbo a su trabajo. Ahora, se preguntaran a que se dedicaba ese hombre que salía tan tarde de su hogar, pues me temo que eso jamás lo supe, ya que era un hombre  reservado al extremo de ermitaño, nunca veía a nadie más que a su sirvienta salir durante el día. 

El caso es que esta mujer amigos míos, lo esperaba y en cuanto este salía, ella le tendía un paquete sobre sus palmas abiertas y agachando la cabeza, al hacer esto era cuando más se movía en toda la noche, pero el hombre siempre pasaba de largo sin mirarla siquiera. Y así subía a su automóvil último modelo japonés y se marchaba sin que variara jamás esa rutina, cuando el auto arrancaba aquella mujer se quedaba un buen rato ahí, parada en la misma posición en que le había tratado de entregar el regalo y así, pasadas ya las doce o una de la mañana, ella se marchaba con paso lento y titubeante lo que me hacía sentir gran pena por ella.

Aquella noche no fue la excepción, su humilde narrador podía ver a esta mujer parada ahí afuera y a las diez con cinco en punto, el hombre salió y ella, como también era previsto, le tendió el regalo haciendo la misma pose una y otra vez. Y como también podrán imaginarse, el hombre pasó de largo y subió a su auto nuevo. Pero aquella vez algo cambio, aquella muchacha ya no se quedo en esa posición por dos horas, sino que pasados unos segundos de que él se marchara, ella se arrodillo en el suelo inundado y comenzó a darle puñetazos a las baldosas de la calle, ese día, por primera vez amigos míos, el suelo de mi balcón se humedeció, pero no fue por que la lluvia hubiera vencido al concreto, sino porque, como podrán imaginarse, la pena por esa mujer me lastimó en lo más profundo de mi ser.

No lo soporté y así, en pantalón de mezclilla y playera de algodón, baje lo más aprisa que pude hasta llegar a donde ella se encontraba, estaba situada en el mismo lugar y situación en que mi vista la había dejado hacía unos minutos y el paquete que ella le ofrecía a aquel hombre estaba a unos palmos de ella, completamente desecho por el agua y el golpe que se dio cuando ella lo tiro. A pesar de que llegué corriendo, ella no notó mi presencia hasta que le tendí una mano para que se levantara, pude ver un rostro hermoso, de mi misma edad queridos lectores. Era una chica de facciones delicadas y de cuerpo espectacular, en sus ojos se veía el sufrimiento que pasaba, pero no veía nada que indicará lo contrario a la idea que me había formado, que era una chica de buen corazón e inexperta en estos desfortunios de la vida. Ella tomó mi mano y la ayudé a levantarse, después la invité a pasar a la humilde morada de este su narrador. Pero antes de avanzar tomé el paquete que ella había dejado tirado y lo lleve en mis manos hasta que entramos.

-Mi nombre es Sumireko- dijo con una voz suave y aterciopelada,  con un acento muy marcado, casi curioso en la zona en la cual me encontraba, eso explicaba su modo de entregar el regalo, era una chica de Japón, aun más hermosa que aquellos autos tan nuevos y vistosos.- Mi nombre es Dimitri, un gusto conocerte-. Que puedo decir, mi nombre siempre me ha gustado amigos míos,- perdona que te moleste, si no fuera yo tan infantil y no me hubiera enamorado del señor R. …- unas lagrimas le bajaron por las mejillas y cayeron con un plip plap sobre la mesa.

-No te preocupes, no es tu culpa enamorarte.

-pero me he enamorado de un hombre que no sabe que existo.

-que ciego es entonces, porque eres muy hermosa-. Ella alzó la mirada y un brillo salió de su mirar, era extraño, jamás había visto ese brillo en los ojos de otra persona,- gracias, pero ya te he importunado demasiado, debo irme-. Se levanto y camino hacia la puerta, pero yo me levanté,- espera, no puedes ir por la calle así, podría pasarte algo. Anda, duerme aquí y mañana te acompañaré a donde vivas- mi miró con aquellos ojos color caoba húmeda amigos míos y sentí algo extraño en mi interior, algo que jamás había sentido antes,- gracias…de verdad, te lo agradezco-.

Mis queridos amigos lectores, déjenme decirles que aquella noche no paso nada indecoroso, contra la voluntad de ella dormí en el sillón de la sala, el cual era bastante cómodo y la dejé a ella dormir en mi mullida y caliente cama. Al día siguiente los primeros rayos del alba me despertaron y fue algo curioso verme acostado en el suelo, ya que caí sin darme cuenta. Al levantarme comencé a preparar un desayuno de café y huevos con pan tostado, quizá no fuera algo muy elegante, pero vamos, serviría para llenar el estomago.

Ella salió de mi habitación en el momento en que colocaba las tazas en la mesa.- Buenos días Dimitri-. Su mirada era vivaz como ayer, pero sin las sombras de las lágrimas empañando sus hermosos ojos y entonces, amigos míos, me di cuenta de algo extraño, su ropa no estaba en lo absoluto arrugada, su cabello estaba perfectamente peinado y su maquillaje no se había corrido ni un poco, en mi habitación yo no tenía nada que le pudiera servir para arreglar esas cosas… ¿ella de verdad estaba mojada la noche anterior? Eso mismo me preguntaba yo camaradas, me había perdido de tal forma en su voz dulce y en su modo de mirar que no me había fijado en ello.- Buenos días Sumireko, espero que durmieras bien-. No sabía porque pero ella tenía algo que me parecía extraño, no sabía porqué.

Esbozo una hermosa sonrisa y tomó asiento al igual que yo, me tenía tan abstraído que no me fijé y le di un golpe a la taza de café, pero esta por suerte no se derramó. Ella volvió a reír y me dijo con una sonrisa cómplice.- ¿Por qué te preocupas por esa taza?-No entendí aquella pregunta, era natural preocuparse por derramar algún liquido, mas aun, es común preocuparse por evitar quebrar una taza. Aquel misterio era mucho para mí amigos míos, su aspecto, su modo de mirar y sus comentarios tan extraños no eran cosa fácil de descifrar, así que me adelanté sobre los platos y le pregunté,- tu sabes algo que yo no ¿cierto?- ella sonrío de nuevo dejando ver unas perlas en su boca y me tomó por la barbilla. -kawaii, no te has dado cuenta de lo que soy, lo que eres ni de lo que pasó ¿verdad?- me quedé perplejo ante aquella pregunta, no sabía que contestar.

-Mira tus codos, ¿no notas algo extraño Dimitri?- bajé la mirada y lo que vi me provocó un mareo increíble amigos míos, mis codos estaban atravesando la taza y los platos, pero yo no sentía en absoluto dolor o frío, era como si simplemente la taza se mezclara conmigo. Me eché hacia atrás presa del pánico y caí en el suelo, pero no sentí el golpe. Entonces, mis amigos, me di cuenta de que no había sentido el frío del piso al despertar, tampoco había notado el calor de la estufa y la cafetera. ¿Qué pasaba?

-en serio, eres tan tierno que me gustas, estás muerto, eres un fantasma como yo, ¿no te has dado cuenta?- Sumireko estaba parada frente a mí, esbozando aquella sonrisa enigmática y atractiva, pero yo no creía amigos míos, yo no podía creer que estaba muerto. Así que corrí hacía la puerta y traté de salir, pero esta no se abría. –Es inútil tu y yo estamos muertos, debiste notarlo, yo fallecí ayer en la banqueta, frente a tu casa podemos mover objetos con nuestras transparentes manos, pero no podemos atravesar portales si no se encuentran abiertos, es inútil que trates de salir Dimitri. Mi cadáver está ahí aun en la calle, el tuyo esta aquí, tirado sobre el sillón, míralo por ti mismo .-. Ella señaló hacia el sofá y cuando vi lo que ahí estaba, amigos míos, no pude más que gritar una desesperación que nadie podría escuchar. Era cierto, mi cadáver, mi cuerpo, yo estaba ahí tirado en el sofá, con a boca ligeramente abierta y completamente blanco. Era verdad, estaba muerto ¡muerto!

(Continuará)
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