Yo veía a esa pobre mujer amigos míos, veía como la
lluvia le abofeteaba la cara, pero ella ni siquiera se inmutaba, la gente y los
autos último modelo pasaban sin apenas notarla entre toda la oscuridad de
aquella turbia noche. ¿Por qué era la vida tan buena con unos y tan cruel con
otros? Eso era lo que yo me preguntaba mis queridos amigos, esa mujer se
encontraba todas las noches ahí. Así lloviera, nevara o
relampagueara, ella se quedaba ahí, sin inmutarse, parada cual árbol viejo que
soporta la tempestad porque su destino es ese, soportar y esperar.
La observaba desde mi balcón, un sitio modesto como el
de la luna que mira al sauce cada noche. Su humilde narrador no sabía su
nombre, ni su edad ni dirección. Solo sabía que Todas las noches, a las
nueve treinta y siete en punto llegaba frente a esa casa, se quedaba parada ahí
hasta las diez y cinco, que era la hora en que salía un caballero de buen
aspecto y finos modos rumbo a su trabajo. Ahora, se preguntaran a que se
dedicaba ese hombre que salía tan tarde de su hogar, pues me temo que eso jamás
lo supe, ya que era un hombre reservado
al extremo de ermitaño, nunca veía a nadie más que a su sirvienta salir durante
el día.
El caso es que esta mujer amigos míos, lo esperaba y en cuanto este
salía, ella le tendía un paquete sobre sus palmas abiertas y agachando la
cabeza, al hacer esto era cuando más se movía en toda la noche, pero el hombre
siempre pasaba de largo sin mirarla siquiera. Y así subía a su automóvil último
modelo japonés y se marchaba sin que variara jamás esa rutina, cuando el auto
arrancaba aquella mujer se quedaba un buen rato ahí, parada en la misma
posición en que le había tratado de entregar el regalo y así, pasadas ya las
doce o una de la mañana, ella se marchaba con paso lento y titubeante lo que me hacía sentir gran pena por ella.
Aquella noche no fue la excepción, su humilde
narrador podía ver a esta mujer parada ahí afuera y a las diez con cinco en
punto, el hombre salió y ella, como también era previsto, le tendió el regalo haciendo
la misma pose una y otra vez. Y como también podrán imaginarse, el hombre pasó
de largo y subió a su auto nuevo. Pero aquella vez algo cambio, aquella
muchacha ya no se quedo en esa posición por dos horas, sino que pasados unos
segundos de que él se marchara, ella se arrodillo en el suelo inundado y
comenzó a darle puñetazos a las baldosas de la calle, ese día, por primera vez
amigos míos, el suelo de mi balcón se humedeció, pero no fue por que la lluvia
hubiera vencido al concreto, sino porque, como podrán imaginarse, la pena por
esa mujer me lastimó en lo más profundo de mi ser.
No lo soporté y así, en pantalón de mezclilla y
playera de algodón, baje lo más aprisa que pude hasta llegar a donde ella se
encontraba, estaba situada en el mismo lugar y situación en que mi vista la había dejado
hacía unos minutos y el paquete que ella le ofrecía a aquel hombre estaba a
unos palmos de ella, completamente desecho por el agua y el golpe que se dio
cuando ella lo tiro. A pesar de que llegué corriendo, ella no notó mi presencia
hasta que le tendí una mano para que se levantara, pude ver un rostro hermoso,
de mi misma edad queridos lectores. Era una chica de facciones delicadas y de
cuerpo espectacular, en sus ojos se veía el sufrimiento que pasaba, pero no
veía nada que indicará lo contrario a la idea que me había formado, que era una
chica de buen corazón e inexperta en estos desfortunios de la vida. Ella tomó mi
mano y la ayudé a levantarse, después la invité a pasar a la humilde morada de
este su narrador. Pero antes de avanzar tomé el paquete que ella había dejado
tirado y lo lleve en mis manos hasta que entramos.
-Mi nombre es Sumireko- dijo con una voz suave y
aterciopelada, con un acento muy marcado, casi curioso en la zona en la cual me encontraba, eso explicaba su modo de entregar el regalo, era una chica de
Japón, aun más hermosa que aquellos autos tan nuevos y vistosos.- Mi nombre es
Dimitri, un gusto conocerte-. Que puedo decir, mi nombre siempre me ha gustado
amigos míos,- perdona que te moleste, si no fuera yo tan infantil y no me
hubiera enamorado del señor R. …- unas lagrimas le bajaron por las
mejillas y cayeron con un plip plap sobre la mesa.
-No te preocupes, no es tu culpa enamorarte.
-pero me he enamorado de un hombre que no sabe que
existo.
-que ciego es entonces, porque eres muy hermosa-.
Ella alzó la mirada y un brillo salió de su mirar, era extraño, jamás había
visto ese brillo en los ojos de otra persona,- gracias, pero ya te he
importunado demasiado, debo irme-. Se levanto y camino hacia la puerta, pero yo
me levanté,- espera, no puedes ir por la calle así, podría pasarte algo.
Anda, duerme aquí y mañana te acompañaré a donde vivas- mi miró con aquellos
ojos color caoba húmeda amigos míos y sentí algo extraño en mi interior, algo
que jamás había sentido antes,- gracias…de verdad, te lo agradezco-.
Mis queridos amigos lectores, déjenme decirles que
aquella noche no paso nada indecoroso, contra la voluntad de ella dormí en el
sillón de la sala, el cual era bastante cómodo y la dejé a ella dormir en mi
mullida y caliente cama. Al día siguiente los primeros rayos del alba me despertaron
y fue algo curioso verme acostado en el suelo, ya que caí sin darme cuenta. Al
levantarme comencé a preparar un desayuno de café y huevos con pan tostado,
quizá no fuera algo muy elegante, pero vamos, serviría para llenar el estomago.
Ella salió de mi habitación en el momento en que
colocaba las tazas en la mesa.- Buenos días Dimitri-. Su mirada era vivaz como
ayer, pero sin las sombras de las lágrimas empañando sus hermosos ojos y
entonces, amigos míos, me di cuenta de algo extraño, su ropa no estaba en lo
absoluto arrugada, su cabello estaba perfectamente peinado y su maquillaje no
se había corrido ni un poco, en mi habitación yo no tenía nada que le pudiera
servir para arreglar esas cosas… ¿ella de verdad estaba mojada la noche
anterior? Eso mismo me preguntaba yo camaradas, me había perdido de tal forma
en su voz dulce y en su modo de mirar que no me había fijado en ello.- Buenos
días Sumireko, espero que durmieras bien-. No sabía porque pero ella tenía algo
que me parecía extraño, no sabía porqué.
Esbozo una hermosa sonrisa y tomó asiento al
igual que yo, me tenía tan abstraído que no me fijé y le di un golpe a la taza
de café, pero esta por suerte no se derramó. Ella volvió a reír y me dijo con
una sonrisa cómplice.- ¿Por qué te preocupas por esa taza?-No entendí aquella pregunta, era natural preocuparse por derramar algún liquido, mas aun, es común preocuparse por evitar quebrar una taza. Aquel misterio era
mucho para mí amigos míos, su aspecto, su modo de mirar y sus comentarios tan extraños no eran cosa fácil de descifrar, así que me adelanté sobre los platos y le pregunté,-
tu sabes algo que yo no ¿cierto?- ella sonrío de nuevo dejando ver unas perlas en
su boca y me tomó por la barbilla. -kawaii,
no te has dado cuenta de lo que soy, lo que eres ni de lo que pasó
¿verdad?- me quedé perplejo ante aquella pregunta, no sabía que contestar.
-Mira tus codos, ¿no notas algo extraño Dimitri?-
bajé la mirada y lo que vi me provocó un mareo increíble amigos míos, mis codos
estaban atravesando la taza y los platos, pero yo no sentía en absoluto dolor o
frío, era como si simplemente la taza se mezclara conmigo. Me eché hacia atrás
presa del pánico y caí en el suelo, pero no sentí el golpe. Entonces, mis
amigos, me di cuenta de que no había sentido el frío del piso al despertar,
tampoco había notado el calor de la estufa y la cafetera. ¿Qué pasaba?
-en serio, eres tan tierno que me gustas, estás
muerto, eres un fantasma como yo, ¿no te has dado cuenta?- Sumireko estaba
parada frente a mí, esbozando aquella sonrisa enigmática y atractiva, pero yo
no creía amigos míos, yo no podía creer que estaba muerto. Así que corrí hacía
la puerta y traté de salir, pero esta no se abría. –Es inútil tu y yo estamos
muertos, debiste notarlo, yo fallecí ayer en la banqueta, frente a tu casa podemos mover objetos con nuestras transparentes manos, pero no podemos atravesar portales si no se encuentran abiertos, es inútil que trates de salir Dimitri. Mi
cadáver está ahí aun en la calle, el tuyo esta aquí, tirado sobre el sillón, míralo por ti mismo .-. Ella
señaló hacia el sofá y cuando vi lo que ahí estaba, amigos míos, no pude más
que gritar una desesperación que nadie podría escuchar. Era cierto, mi cadáver,
mi cuerpo, yo estaba ahí tirado en el sofá, con a boca ligeramente abierta y
completamente blanco. Era verdad, estaba muerto ¡muerto!
(Continuará)
Me encanto. Gracias
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